
Se barrenaba los
sesos preguntándose por qué siendo Reina tenía derecho sólo a tener sexo una
vez en la vida, a 60 metros de altura y, lo más degradante, con un zángano.











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ívar y más de la mitad de la ciudad la conocía y
reconocía aún con la piel cambiada. Al
igual que La Sardina, se hallaba en todas partes, en la esquina de la Fusca, a la vuelta de La
Glaciere, cerca de la Fosforera y en cualquier lugar estratégico de las
galerías del Paseo.