Las obras de
Soto tienen mucho del holandés Mondrián,
quien le dio la espalda a la II Guerra Mundial y se refugió en Nueva York donde
continuó golpeando el modelo renacentista con su abstracción geométrica y
oyendo un concierto de Jazz se la ocurrió el boogie woogie, cuadro de raros
cuadrados que salpican de puntos y colores la retina.
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