
El Juez dio un golpetazo con el martillo y la sentencia condenatoria quedó hecha contra el inocente que sólo quedó en libertad cuando después de varios años se descubrió el ADN.

Siguiendo el adagio de su abuela, se arrimó a aquel señor frondoso, cachetón y todo poderoso, a ver que tanto lo cobijaba con su manto, pero luego de un tiempo se dió cuenta que la sombra de ese árbol frondoso y robusto no lo alcanzaba sino que lo enervaba de miedo como el fantasma que su misma abuelita le inventaba para que se portara bien.