Los dos éramos los únicos pasajeros de la pequeña aeronave monomotor que surcaba los cielos. Ella, libretista de radio y televisión, viajaba a mi lado ensimismada en una carta muy tierna que le escribía a su hijo de siete años que quería ser capitán de grandes y modernos aviones. Años después estaba yo de pie como periodista en la terminal del aeropuerto atento al aterrizaje de un jet cargado de turistas que hacía escala con destino a la Laguna de Canaima. El capitán, un joven apuesto, bajó de último por la escalerilla y caminó derecho hacia mi como atraído por un imán. Sin conocerme ni conocerlo yo a él, se puso a conversar, me confesó su afición por la escritura y cómo quería escribir un cuento ambientado en el misterio edénico de Canaima y no se porque en ese instante estalló en mi mente el pasaje de la madre que le escibía una carta a su niño que quería ser piloto. De seguida me preguntó con suma curiosidad cómo se llamaba. "María Antonieta Gómez" -le respondí y a él se les iluminaron los ojos con inefable asombro: "¡Ella es mi madre!!!"
domingo, 3 de marzo de 2013
El asombroso vuelo de la psiquis
Los dos éramos los únicos pasajeros de la pequeña aeronave monomotor que surcaba los cielos. Ella, libretista de radio y televisión, viajaba a mi lado ensimismada en una carta muy tierna que le escribía a su hijo de siete años que quería ser capitán de grandes y modernos aviones. Años después estaba yo de pie como periodista en la terminal del aeropuerto atento al aterrizaje de un jet cargado de turistas que hacía escala con destino a la Laguna de Canaima. El capitán, un joven apuesto, bajó de último por la escalerilla y caminó derecho hacia mi como atraído por un imán. Sin conocerme ni conocerlo yo a él, se puso a conversar, me confesó su afición por la escritura y cómo quería escribir un cuento ambientado en el misterio edénico de Canaima y no se porque en ese instante estalló en mi mente el pasaje de la madre que le escibía una carta a su niño que quería ser piloto. De seguida me preguntó con suma curiosidad cómo se llamaba. "María Antonieta Gómez" -le respondí y a él se les iluminaron los ojos con inefable asombro: "¡Ella es mi madre!!!"
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