Contigua a la casa de mi madre permanecía solariega desde la muerte de su dueña la casa de Tía Victoria. Un día de asueto en el que deseaba la soledad para disfrutar un libro de Giovanni Pappini, abrí el inmueble y colgué un chinchorro en la sala principal para concentrarme en la lectura de uno de sus capítulos que a la larga me dejó dormido, pero no tan dormido, pues de repente desperté en medio de una fantasmal sacudida que casi me lanza contra el piso.
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