El saxo en los
labios de Matilde era una fiesta muchas veces interrumpida por una sonrisa
seguida de risa sonora y sostenida cuando el recuerdo de aquel tonto la
invadía, ignorante él de que su nuevo y radiante amor era un trasvesti.
El negro era
atlético, alto y bien parecido. La mujer
blanca, linda y hermosa, despreciaba el apartheid y eso fue suficiente para que
el negro se sintiera feliz y ella también sobre aquel colchón de cobertores.
Este era una ciudad triste que se
levantaba todas las mañanas y se encontraba con los mismos rostros. Sólo una mañana estremeció en su aspecto y se
le vio distinta, Fue cuando cayó la solo
mata gente y sus habitantes todos quedaron extinguidos. Entonces las casas quedaron tenebrosamente vacías. La ciudad terminó hundiéndose en su abismal
tristeza y pretendió señorearse como fantasma sobre sus propias casas muertas.
Era tan adicto
al juego que hasta su mujer la apostaba y ella, no solamente era linda como
rosa sino toda una luminosa estrella de la buena suerte y él justamente un
afortunado.
Era solista de
una orquesta famosa, pero cada vez que se pasaba de tragos, ejecutaba el ímpetu arrebato de cargar a sus
semejantes con cierto amor filial hasta que Perichamo sin poder
zafarse de esos brazos que parecían tenazas, lo besó en la boca. Desde entonces quedó curado, pero expulsado de la casa por su mujer indignada.