Ante
la disyuntiva de salvar la niña en su vientre a costa de su propia vida o
sobrevivir sacrificándola a ella, prefirió morir, pero dejó testificado que su
hija al nacer como sus ojos fuesen donados a su invidente gran amiga Trinidad,
quien, consumada la última voluntad, pasaba horas enteras contemplando a la niña
con los ojos azules de la madre muerta.
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