Liz era su nombre de batalla y jura por María Magdalena no haber perdido una noche sin complacer la provocada seducción de quien le ofreciera lo que exigiera. Había empezado cuando apenas era una pizpireta niña de bucles con uniforme de escuela y cuando cumplió 36 de edad, revisó su diario que iba por el nombre diez mil. Entonces decidió no ir más a la cama blonda sino con su gigante almohada de plumas.
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