viernes, 8 de febrero de 2013

Muerte a la carta

 La pérdida total de la conciencia es el estado de coma.
Paúl tenía diecinueve años cuando lo atropello un automóvil. Después no se supo más de su vida. Sólo su madre podía dar cuenta de ella durante noches eternas. También las enfermeras y los médicos del Hospital, impotentes ante aquel prolongado estado de coma. Paúl dormía su sueño más largo. No hablaba, no olía, no veía, no pensaba. Permanecía inmóvil, si acaso respiraba y aceptaba alimentos líquidos a través de sondas y en forma inoculada. Paralizado todo su cuerpo horizontal sobre una cama, respiraba no obstante lentamente y su corazón marchaba despacio. Cinco años en aquel silencio de estupor era demasiado para un hospital que no aguantaba mucha carga. De manera que Paúl, con su madre de vigilia al lado, debió regresar a su domicilio bajo aquel profundo sopor de inconsciencia y de impávida horizontalidad. Pero quienes viven en ese estado también enferman aunque ya de por sí lo estén y no tardó en tener dificultades pulmonares. Paúl volvió a ser hospitalizado y una vez curado de la bronquitis, fue trasladado de nuevo a su hogar. Paúl ahora tiene 42 años, de los cuales 23 en coma. Su madre, por supuesto, ya es muy mayor. Pasa de los sesenta y cada día es para ellos una oportunidad menos de vida. Sin embargo, la madre, fiel a los principios naturales, se niega adelantar para ningún penitente, la fecha de la muerte. Por eso, cuando se enteró de la posibilidad de una ley sobre la eutanasia, exclamó valiente y mirando fijamente a Paúl: “Estoy en contra de esa muerte a la carta”.

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