Como quien desnuda los misterios de una doncella inmaculada, Diego de Ordaz, con todo el ritual de un explorador temerario, descubrió al Orinoco tras haber renunciado
a sus placeres en México. Pero de nada
le valió, el voluptuoso Río cobró bien cara la violación y de la adversidad y temeridad del Comendador vino a dar cuenta el Alcalde de Cubagua, quien le aplicó el zumo de la
cicuta y lo sepultó en lo más ignoto del océano.
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