Es el dicho
favorito y moralista de la Madre que para ilustrarlo echa el cuento del hombre
desconfiado y codicioso que retiró del banco su dinero, lo metió en un saco y
cuando se dirigía a su casa se le rompió el costal en medio de la calle con lo
cual se beneficiaron todos los transeúntes que por allí pasaban. Por supuesto,
lo dejaron pobrecito.
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