Este era un pueblo donde la prostitución constituía un servicio
esencial. Los burdeles estaban administrados por las autoridades municipales y las mujeres inscritas como
trabajadoras civiles, con todos los privilegios
y beneficios inherentes a esa condición, tales como sueldo y horario de trabajo regular, además de
pensiones y beneficios de seguridad social. Las prostitutas tenían su lugar en la sociedad y recibían los beneficios
de la seguridad social. Los clientes, por su parte, no tenían necesidad de recorrer las
calles en busca de muchachas, o
hacerlo en bares de dudosa higiene. Tampoco había gigoló y tratantes de
blancas. Se decía que era un pueblo
feliz y sin aprehensiones por ese lado virtualmente oscuro de la sociedad.
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