Una joven que se declaró culpable de homicidio
fue sentenciada a ir a
la iglesia todos los domingos durante los próximos diez años. Cristina, de 28 años, se presentó al juez y éste le dijo que a ella tocaba decidir cómo deseaba pasar los próximos diez años de su vida: Ir a la cárcel o pasar todos los domingos en un reclinatorio. Escogió
la iglesia. Cristina se declaró culpable del homicidio sin premeditación de su amante. Reconoció que le había dado muerte a tiros en la
casa que compartían en un barrio de
la ciudad. Había en su caso enormes
circunstancias atenuantes. Su amante
la había golpeado antes, casi hasta
darle muerte, y la había amenazado con un
arma.
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