Era una calle, ni larga ni muy corta, con 30 comercios
establecidos. Cada uno con puerta de
entrada asegurada con descomunal, antigua y rústica cerradura. La llave de cada puerta era tan grande y pesada que para todos los
negocios había un solo señor llamado Pedro encargado de las llaves. Un día Pedro murió, la calle se hizo larga y
aumentó el número de establecimientos sin que para nada cambiase la tradición
del nombre.
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