lunes, 2 de septiembre de 2013

La ciudad del Orinoco cundida de ratas

La población gatuna al igual que la perruna en la ciudad del Orinoco disminuyó considerablemente en contraste  con las ratas  que por millares emergían por las cloacas, túneles, basureros y casas antiguas abandonadas. El doctor Eduardo Mirages estudió fórmulas químicas mucho más eficaces que la utilización del gato para el exterminio de las ratas y otros dañinos roedores, pero, al parecer, no lo tomaron muy en cuenta.  El gato había pasado de moda  en tales menesteres. Además, junto con los  perros había disminuido notablemente a causa de las sistemáticas campañas contra el mal de rabia. Por lo que la disminución progresiva de los felinos favoreció la multiplicación de las ratas. El gato en esta ciudad como en otras muchas del mundo, había  pasado a ser un animal de lujo, con pedigrí y todo, al igual que el caballo y el perro.  Nataly, mi vecina, que poseía un gato rubio que parecía su hijo, lo cuidaba y mimaba como tal, pero a veces se le escapaba no sabía por dónde pues muy bien rejada tenía su casa.  Lo cierto es que el gato a veces lo descubría en mi casa por sus gemidos nocturnos.  No sé cómo y por donde se metía.  Supongo que se lanzaba desde la azotea hasta caer en el colchón de hojas secas del jardín interno. Un día que la vecina se quejaba de las ratas, fue llamada por mí para que viniese a buscar su gato que perseguimos por todos los escondrijos.  Al fin lo tomó en sus brazos y salió a la calle  bajo la contemplación desde la acera del frente, del Loco Baduel, quien  había escuchado la queja de la proliferación de ratas y el gato inofensivo. Al día siguiente, muy temprano,  Baduel tocó la puerta de la vecina, armado de una flauta y le dijo “vengo a librarla del flagelo de las ratas que invaden su casa sin que el gato haga nada” ¿Cómo? Pues, créalo o no, yo soy el flautista de Hamelín.



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