La población gatuna al igual que la perruna en la
ciudad del Orinoco disminuyó considerablemente en contraste con las ratas que por millares emergían por las cloacas,
túneles, basureros y casas antiguas abandonadas. El doctor Eduardo Mirages
estudió fórmulas químicas mucho más eficaces que la utilización del gato para
el exterminio de las ratas y otros dañinos roedores, pero, al parecer, no lo
tomaron muy en cuenta. El gato había
pasado de moda en tales menesteres.
Además, junto con los perros había
disminuido notablemente a causa de las sistemáticas campañas contra el mal de
rabia. Por lo que la disminución progresiva de los felinos favoreció la
multiplicación de las ratas. El gato en esta ciudad como en otras muchas del
mundo, había pasado a ser un animal de
lujo, con pedigrí y todo, al igual que el caballo y el perro. Nataly, mi vecina, que poseía un gato rubio
que parecía su hijo, lo cuidaba y mimaba como tal, pero a veces se le escapaba
no sabía por dónde pues muy bien rejada tenía su casa. Lo cierto es que el gato a veces lo descubría
en mi casa por sus gemidos nocturnos. No
sé cómo y por donde se metía. Supongo
que se lanzaba desde la azotea hasta caer en el colchón de hojas secas del
jardín interno. Un día que la vecina se quejaba de las ratas, fue llamada por
mí para que viniese a buscar su gato que perseguimos por todos los escondrijos. Al fin lo tomó en sus brazos y salió a la
calle bajo la contemplación desde la
acera del frente, del Loco Baduel, quien
había escuchado la queja de la proliferación de ratas y el gato
inofensivo. Al día siguiente, muy temprano, Baduel tocó la puerta de la vecina, armado de
una flauta y le dijo “vengo a librarla del flagelo de las ratas
que invaden su casa sin que el gato haga nada” ¿Cómo? Pues, créalo o no, yo soy
el flautista de Hamelín.
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