Clotilde Bello era delgada como una aguja y dulce como sus caramelos
de limón y frambuesa. Un día, añorando a
Penélope, se puso a tejer y destejer el velo de su casamiento, pero el novio
perdido en lontananza se lo tragó la voracidad del tiempo y ella quedó pensativa como estatua de piedra.
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