Hace unos cuantos lustros que vivo buscando en la niebla del recuerdo un forastero que vivía en mi patria ensangrentada y me salvó la vida. La República sucumbía bajo la carcoma de las guerras fraticidas. Apenas tenía once años. Era un lugar pintoresco de la ciudad y una torre con un tanque de agua donde había refugiados de las explosiones mortíferas. Al fin sucedió lo que entre rezos y llantos todos temíamos. La torre se desplomó de un cañonazo con su inmensa ola y una corriente me arrastró hasta un río cercano. Un hombre largo y blanco, con un gordo morral y un fusil, me rescató de la corriente. Mis piernas las sentía y veía desechas entre sus brazos robustos y velludos. Al fin llegamos a un lugar seguro y no recuerdo en que lenguaje me dijo que era de un país remoto. Cuatro décadas han pasado. Hoy me he encontrado con un viejo soldado de la célebre Batalla de Ciudad Bolívar y él me ha puesto en contacto telefónico con otro viejo camarada que conoció la historia y me habló de de ese soldado extraño que me rescató llamado José Garibaldi, descendiente de Giuseppe Garibaldi, revolucionario nacionalista italiano y líder de la lucha por la unificación e independencia de Italia. El encuentro a distancia me ha hecho feliz. Recordamos. Precisamos detalles. Lo visitaré algún día. Quiero darle las gracias a esta edad. Le llevaré un regalo. El quizás tiene –ya me lo anunció- otro regalo para mi. Se llama “El Muchacho aquél”, un capítulo de su libro sobre la Revolución Libertadora.
sábado, 19 de enero de 2013
El muchacho aquél
Hace unos cuantos lustros que vivo buscando en la niebla del recuerdo un forastero que vivía en mi patria ensangrentada y me salvó la vida. La República sucumbía bajo la carcoma de las guerras fraticidas. Apenas tenía once años. Era un lugar pintoresco de la ciudad y una torre con un tanque de agua donde había refugiados de las explosiones mortíferas. Al fin sucedió lo que entre rezos y llantos todos temíamos. La torre se desplomó de un cañonazo con su inmensa ola y una corriente me arrastró hasta un río cercano. Un hombre largo y blanco, con un gordo morral y un fusil, me rescató de la corriente. Mis piernas las sentía y veía desechas entre sus brazos robustos y velludos. Al fin llegamos a un lugar seguro y no recuerdo en que lenguaje me dijo que era de un país remoto. Cuatro décadas han pasado. Hoy me he encontrado con un viejo soldado de la célebre Batalla de Ciudad Bolívar y él me ha puesto en contacto telefónico con otro viejo camarada que conoció la historia y me habló de de ese soldado extraño que me rescató llamado José Garibaldi, descendiente de Giuseppe Garibaldi, revolucionario nacionalista italiano y líder de la lucha por la unificación e independencia de Italia. El encuentro a distancia me ha hecho feliz. Recordamos. Precisamos detalles. Lo visitaré algún día. Quiero darle las gracias a esta edad. Le llevaré un regalo. El quizás tiene –ya me lo anunció- otro regalo para mi. Se llama “El Muchacho aquél”, un capítulo de su libro sobre la Revolución Libertadora.
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