domingo, 27 de enero de 2013

La guaridfa del lobo

Canis lupus 265b.jpg
Un día impreciso, Serafín desplazaba su automóvil por la carretera a unos 120 kilómetros por hora cuando comenzó a surgir ante sus ojos el espejismo luminoso de una zaranda gigantesca. Sorprendido y nervioso por lo que veía, sus pies reaccionaron automáticamente dejando sobre el asfalto la estela rechinante de los frenos. Intentando despejar cualquier duda, cerró y abrió los ojos repetidas veces hasta que con un buen resultado la visión del objeto se deshizo, pero apareció corriendo menudamente en dirección al auto un animalito con las características de un perro. Serafín sintió que un gran temor lo invadía, pero decidió abordar al cachorro. Lo examinó cuidadosamente, lo acarició y terminó llevándolo consigo. Su automóvil de nuevo rodaba por la vía, pero no con la velocidad de antes, pues iba escudriñando palmo a palmo el cielo, el horizonte y el ambiente. Así iba hasta que decidió estacionarse y pensar seriamente en lo que le ocurría. Volvió a mirar al animal de ojos ávidos y pelaje gris. Por largo rato estuvo contemplándolo, dudando sobre si proseguir o regresar al cachorro a su lugar de origen. Se decidió por lo último, pero caminando de regreso, un lobo furioso le salió al encuentro. Largó el cachorro y corrió, corrió a esconderse hasta hallar un lugar emergente que para mayor sorpresa y muerte, era la guarida del lobo.

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