La madre se había quedado rezagada recogiendo fósiles marinos, conchas y caracoles sin vida que luego echaba en una cesta. La niña Aror se había adelantado y se hallaba distante, maravillada y detenida. Sorpresivamente se había encontrado con un banco de caracoles, algo así como un sueño de su infancia. Se imaginaba una hawaiana ataviada de collares, brazaletes y pendientes con todos los colores de aquellos celentéreos: rosa, pardo, oro, púrpura. ¡Qué bello era el mar crepuscular sobre los arrecifes! Pero lo que más la ensimismaba era la anémona enraizada sobre el lomo limoso del caracol que a la vez servía de cueva a un cangrejo solitario. Su iluminación comenzó a volar. El mar, azul e inmenso como el cielo. La anémona como una rosa, el caracol como un asteroide y el cangrejo, diminuto ermitaño.
La madre, cuando se le acercó con toda la piel teñida de sol, no encontró semejanza alguna entre El Principito de Saint Exupery y el caracol de los arrecifes e inquirió sonriente: El Principito ¿con tenazas? Y la niña respondió con otra interrogante: pues bien, ¿con que se va a defender? Y la madre reflexionó: ¡Ah, la espada! y se acostó sobre la arena tibia mientras las olas se deshacían en espuma contra la plantas de sus pies. Entonces recordó las clases de biología y trató de explicarle lo que era el mutualismo y la simbiosis, pero la niña no escuchaba la rara terminología profesional sino el silencio de la anémona navegando con remos de crustáceo sobre el rielar de sinuosos arrecifes.
Gracias padre por este cuento, feliz dia del padre..
ResponderEliminarTe amo
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