Waruma, a la edad de tres años, dominaba el inglés, el alemán y, por supuesto, su propio idioma. Resolvía complicados problemas de cálculo diferencial e integral sin ninguna dificultad y era además un excelente calígrafo que llevaba un diario donde contaba todo cuanto le acontecía. Pero Waruma tenía un problema: no le gustaba bañarse ni cortarse el pelo y creía que las nubes eran realmente de algodón y que se podía hilar ropa con ellas para vestir a los desarrapados que tanto lo deprimían. Un día para comprobarlo se fue a un Tepuy de la Gran Sabana coronado de nubes, y no volvió jamás. Su padre, un profesor de la Universidad de Oriente, al darse cuenta de la increíble aventura de su niño, se compró un telescopio y desde entonces lo busca desde la despejada azotea de su casa.
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