José Lezama era un viejo chapado
a la antigua, creyente en Dios y en los consejeros de la Catedral. Este sentimiento religioso fue aprovechado en
su estado de agonía por el Vicario y Deán para convencerlo de que no bastaba el
perdón de los pecados para escapar del Infierno, rezando tantos Padre Nuestro y
Ave Maria, sino que es necesario entregar los bienes terrenales a los necesitados.
Él que era dueño de numerosos inmuebles en la ciudad no vaciló en hacerlo y en
justa retribución los beneficiados bautizaron una calle con su nombre.
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