Había llorado tanto por su hijo
muerto que ya no le quedaban lágrimas para regar la lánguida mata de su
cuerpo. Había quedado tan seca como el leño que los labriegos utilizan para alimentar el fuego. Esos mismos labriegos que a través de las edades han venido dando pábulo a la
leyenda según la cual, en noche sin luna,
se oye el llanto de la Madre que despeja las sombras en busca de su hijo.
@Piocid
@Piocid
No hay comentarios:
Publicar un comentario