La Escuela estaba al otro lado del río profundo y torrentoso. El único medio para cruzarlo era en balsa o una guaya a través de la cual se podía ir
colgado de un arnés deslizándolo hasta
la orilla. Los niños que se arriesgaban podían hacerlo con los ojos cerrados,
pero uno de ellos que lo hizo por primera vez se negó volver y se quedó para siempre bajo las faldas de su
maestra.
Gracias a Dios no falleció. Y que bueno sean sólo cuentos.
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