Para evitar la cacofonía musical
de los aprendices que barrenaba sus oídos, María Luisa, la ama de llaves del Padre Agustín, colocaba una pesada
piedra sobre la tapa del Órgano.
Descomunal piedra que sepultaba nuestra rabia y hacía eterno el silencio
de aquellos ejercicios de recreación musical.
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