Aquel Señor que parecía austero y
eterno como el evo, tenía su casa llena de relojes, infinidad de relojes de
todos los tamaños, formas y colores, de
todas las épocas, relojes de sol, de arena, de agua, relojes de cuerdas, péndulos
y pesas, relojes eléctricos, con o sin agujas, con número romanos y arábigos
luminosos y opacos, que disputaban la exactitud del momento y que decían con su
sonido acompasado o su Cu-cú ser hijos
de un Dios llamado Tiempo, pero que como el dios Saturno, devoraba sus hijos
muy temprano.
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