jueves, 17 de octubre de 2013

El Caballo vengador

Petronila tenía las extremidades inferiores tan prolongadas que devoraba las distancias sin tener que correr, en un tiempo inferior al empleado por el común de los isleños.  Al llegar a la Bodega lejana, sin saludar a la clientela, decía: “Lo mismo de siempre, Victoria”.  Cuatro dedos de ron blanco en la copa eran suficientes para sentirse fortificada durante el día.  Pero todo en la vida tiene su final, natural o trágico,  y la nonagenaria Petronila quedó tendida en el suelo frente a la Iglesia cuando perros bravos la paralizaron de muerte.  Desde entonces, los isleños ven muy de noche una jauría tratando de sobrevivir a las coces impetuosas de un caballo.

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