La barloventeña, una generosa morena espigada, decidió
probar suerte en las minas aluviales de San Salvador de Paúl y allá la encontré
una mañana de agosto. Trabajaba íngrima con el agua turbia hasta los muslos duros y hermosos cuando agradecida me
obsequio una surrucada. “Esta va por el
periodista” Y mi suerte brilló en el tamiz. Aquel puñado de piedras preciosas
lo guardaba en el closet, pero cuando volví a casa tras una ausencia de tres días,
observé que mis diminutos brillantes ya no estaban, pero en el jardín de mi casa,
un carro me sorprendía estacionado y con el cual después mi mujer, cada vez que
lo intuía, arrollaba mis idilios callejeros.
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