La atracción que ejercía
un sacerdote católico de Ciudad Bolívar para ser requerido preferentemente en confesión, me fue revelado
confidencialmente por otro sacerdote amigo. La popularidad del
religioso que prestaba servicios en una parroquia, se debía a
que era virtualmente sordo y por ello los fieles preferían confiarle sus
pecados en la seguridad de que no eran escuchados pero sí perdonados. El sacerdote amigo dijo que él en una oportunidad se pasó horas en un
confesionario a la espera de
feligreses, pero éstos, hombres y mujeres, pugnaban por confesarse con
su colega sordo.
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