Su voz era solemne y difusa,
poderosa y penetrante, rompía con todas las tonalidades y llegaba sin rubor a
todos los confines. La voz de Chica Antonia era única y valedera. Ninguna otra se atrevía a responderle, se
tragaba la plaza, reventaba el pecíolo de las hojas, maduraba prematuramente
los frutos y convertía en tempestad los vientos que azotaban los cerros
pedregosos. Sólo, Eduvigis, el buzo de aguas
profundas, sabía donde residía su
debilidad, pues cuando llegaba divorciado de la escafandra, la mujer se desmayaba
como un lirio entre sus manos de corales.
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